la humedad es perfume de viejos, dijo así.

Te percibo en un suave Espacio Onírico en donde los escasos rayos de sol toman forma de cadenas oxidadas, y golpean con admirable estupor el auto que me conduce hasta tu casa, en una bizarra expresión de arbitrariedad sentimental. Nos encotramos con los labios y nos conocemos, nos desnudamos sobre vagos andenes y nos cubre el rocío que me corre el maquillaje y nos moja la ropa, los trenes ya no pasan y el tiempo se detiene, cuando las agujas del reloj de la estación mutan en flechas retóricas que asesinan los iris de las personas en un inexacto intento por corromper corazones; nos descalzamos para poder sentir la brisa del pasto sobre nuestros tobillos, tenes las manos heladas como si la muerte hubiese pasado por tu lado unos pocos instantes antes en donde las lenguas chocaban contra la piel y los corazones experimentaban una extraña sensación de metamorfosis, subimos escalones y me hablas en un lenguaje raro, sádico, pero hermoso,y la respiración trepa por la nuca y nos estremece, nos envuelve, nos ahorca, las paredes bailan al ritmo de nuestros quejidos, las luces se superponen y ponen a prueva nuestras verdades que habitaban en sucios cajones, me gusta respirarte, me gusta saborear la humedad de las manos cuando nos tenemos agarrados por mucho tiempo, indiscernir el día de la noche mientras los teléfonos suenan sin ningún consuelo, y nosotros, nos encontramos sumergidos en pasillos de seda blanca, luchando ciegamente por alcanzarnos, cuando con lentitud y con superflua fragilidad extendemos las alas y echamos a volar minuciosamente, agolpándonos uno a otro contra el cielo tenue y el brusco sonido a viento.